
Pero tras casi un siglo de dominación extranjera, los países recién independizados no vivieron mucho tiempo de paz. Muchos de los líderes independentistas fueron derrocados poco después de la independencia de sus países, a través de golpes de estado, en muchos casos apoyados por la antigua colonia o por Estados Unidos (que sólo apoyaba los levantamientos contra jefes de estado que se declaraban socialistas o comunistas, claro).
La independencia fue un proceso a la vez esperanzador y traumático, durante el que surgieron grandes estadistas (Julius Nyerere en Tanzania, Jomo Kenyatta en Kenya, etc) y donde se mantuvieron las artificiales líneas divisorias entre Estados creadas por las potencias colonialistas, un legado tan absurdo (muchos pueblos y tribus centenarios se vieron divididas en dos y repartidas en dos Estados diferentes) como real que sobrevive a día de hoy.

Poco duró la alegría de los ghaneses. Nkrumah, que en pleno entusiasmo independentista abogó por una desaparición de la pobreza a través de la educación universal de sus súbditos y la industrialización del país, se volvió un líder autoritario que en apenas siete años desde la independencia consiguió prohibir la oposición política y proclamarse presidente vitalicio. Él mismo destruyó las ilusiones de las gentes africanas de una paz comandada por los suyos y de la posibilidad de desarrollar una unión panafricana donde los pueblos del continente se sintieran representados. Fue depuesto en un golpe de estado, en 1966, constituyéndose el primero de los gobiernos militares dictatoriales que iban a regir el país hasta los años 90. En ese tiempo, el país y sus gentes se volvieron más pobres.
El proceso fue similar en casi todos los países africanos: ellos se empobrecían, enfrascados en guerras civiles salvajes, mientras las antiguas colonias sacaban tajada de la situación: podían seguir aprovechándose de la mano de obra y extrayendo las ricas materias primas, con la ventaja de no tener que preocuparse de gobernar el país. Los dictadores africanos se enriquecían, con el beneplácito de las metrópolis respectivas, mientras su pueblo moría, en muchos casos con su ayuda directa (Idi Amin, Mobutu Sese Seco, Bokassa, etc).
Han pasado 50 años desde que Ghana se convirtió en el primer estado africano descolonizado. Son muchos años... ¿o no? El continente sigue siendo muy pobre, y en sólo 18 de los países africanos se considera que hay libertad política. En los periódicos se habla más de las galletas que come Bush que de los refugiados de Darfur, de las recientes elecciones en la RD del Congo (¡las primeras desde la independencia en 1960!) o del difícil pero concorde proceso de paz ruandés. Mientras, en occidente seguimos comprando diamantes manchados de sangre (como los de la película) y renovando nuestro móvil cada dos por tres (el coltán, componente básico de estos teléfonos, sigue siendo obtenido en minas congoleñas en condiciones infrahumanas).
Todos sabemos que África apenas se desarrolla, pero ¿cuánto sabemos de lo que nosotros hacemos para que esto siga así?

PD. Recomiendo la lectura del libro "Ébano" del escritor polaco Ryszard Kapuściński, gran periodista y uno de los pocos cronistas europeos que vivieron casi todos los procesos de descolonización africanos.
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