
La vida tranquila de Edward Horman, el padre de Charlie, cambió un buen día de 1973. Ajeno como tantos otros millones de compatriotas a los tejemanejes de su gobierno en la política internacional, vivía cómodamente en algún lugar de la Costa Este, sin haberse planteado apenas el origen de todas sus comodidades. No se le puede echar en cara, quizá todos habríamos hecho lo mismo.
Cuando aquella mañana de septiembre Ed Horman recibió la llamada de Beth, no comprendió lo que ocurría. Beth, la mujer de Charlie, estaba muy nerviosa y no conseguía explicarse bien. O eso es lo que creía Ed, porque en realidad era él el que no entendía qué podía haberle ocurrido a su único hijo, del que él siempre había desconfiado por ir en busca de sus sueños, pudiendo tener a sus pies el sueño americano.
Ed aterrizó en Santiago apenas unos días después del triunfo del Golpe. Harto de encontrar puertas cerradas en Washington, tomó un avión para buscar a su hijo. No pretendía entender la stuación de allá; sin embargo nada ya iba a ser igual. El sueño americano que quería para su hijo fue precisamente lo que se lo arrebató: bienvenidos sean unos miles de chilenos (y algún americano) muertos si millones de Hormans pueden conservar su feliz vida ignorante.

Magnífica y triste historia.
Post-scriptum:
En octubre de 1999, el Departamento de Estado de EEUU desclasificó un documento en el que se admitía que agentes de la inteligencia americana tuvieron un papel decisivo en la muerte de Horman. Habían pasado 26 años, y sólo uno desde que Pinochet cediera en Chile el puesto de Comandante en Jefe del Ejército.
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