Me fascina la magia que produce una buena película, cuando dejamos nuestros cansados cuerpos en la butaca y nos metemos en la historia que unos minutos antes era desconocida y ahora es nuestra. Caminamos por las imágenes con pies de pluma, pisando los paisajes, llorando con las penas sin llorar, sintiendo una familiaridad canalla con aquellos a los que nunca conoceremos. Riendo las diminutas cotidianidades, como reímos siempre lo que conocemos al comprobar que, en el fondo, hacemos todos las mismas cosas.
Envidio no a Superman, ni al general héroe de las pelis norteamericanas, ni siquiera al Sam de Casablanca. Sólo quisiera gritar el guión de una pelea, tener anécdotas increíbles, caer y subir de nuevo sólo con la fuerza que tiene el creer en uno mismo.
A veces quisiera haber tenido otra vida, haber pensado tantas cosas antes. Pero eso, de momento, no lo enseñan en el cine.

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