27 noviembre 2011

Chantaje

El reloj se me aparecía como una bola de cristal que adivinaba el pasado, el círculo que enmarcaba el retrato de sus personajes. Mi madre abriendo la puerta a su regreso del banco, contando uno a uno los billetes, depositándolos en los dedos inmundos de Chacho. Cada billete resbalaba por su piel, luego entraba en un sobre que ella cerraba. La cara bondadosa y firme de mi madre, la voz que me había reconfortado algunas noches, esa cara y esa voz eran las de la mujer que había ido al banco todos los meses y que con esas mismas manos con las que me había abrazado, estaba sosteniendo el sobre delante del cual iba a extenderse la sonrisa de la señora Agurto.

Alonso Cueto, La hora azul