01 junio 2006

Títulos de descrédito

A veces me pregunto por qué me gustan tanto (en general) las películas que retratan las pequeñas cosas de la gente común, historias que sentimos cercanas, en las que la gente odia o ama, transmite los sentimientos que sentimos tan próximos aunque ocurran en lugares lejanos y dispares como Corea, Sudáfrica o México.

Me fascina la magia que produce una buena película, cuando dejamos nuestros cansados cuerpos en la butaca y nos metemos en la historia que unos minutos antes era desconocida y ahora es nuestra. Caminamos por las imágenes con pies de pluma, pisando los paisajes, llorando con las penas sin llorar, sintiendo una familiaridad canalla con aquellos a los que nunca conoceremos. Riendo las diminutas cotidianidades, como reímos siempre lo que conocemos al comprobar que, en el fondo, hacemos todos las mismas cosas.

Envidio no a Superman, ni al general héroe de las pelis norteamericanas, ni siquiera al Sam de Casablanca. Sólo quisiera gritar el guión de una pelea, tener anécdotas increíbles, caer y subir de nuevo sólo con la fuerza que tiene el creer en uno mismo.

A veces quisiera haber tenido otra vida, haber pensado tantas cosas antes. Pero eso, de momento, no lo enseñan en el cine.

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