28 abril 2006

Poder nuclear

El 26 de abril, hace dos días, se cumplió el vigésimo aniversario de la catástrofe nuclear de Chernóbil (Chernobyl). El reactor número 4 de la central nuclear ucraniana (por aquel entonces, todavía soviética) explotó poco después de comenzar el día, al encadenarse una serie de fallos humanos y técnicos en la sala de control de la central. Sólo más de un día después (en la mañana del 27 de abril de 1986) se desalojó la ciudad de Prípiat (Prypiat), construida en los años 70 para albergar a los trabajadores de la central (5000, de los 48000 habitantes de la misma). Nadie sabía nada en la ciudad, situada a menos de 1 kilómetro de la central, de lo que había pasado, ni de que a esa hora había muerto ya una treintena de personas debida a la exposición directa a la radiación. Eran los liquidadores, jóvenes soldados traídos para extinguir el incendio e intentar arreglar el desaguisado nuclear. Muchos de los que sobrevivieron a esos primeros momentos fallecieron en los días o meses siguientes.


La URSS de Gorbachov, que propugnaba una transparencia informativa hasta entonces inexistente en el país, se tomó el asunto con tranquilidad. Cuando desalojó Prípiat, miles de personas habían estado expuestas ya a niveles de radiación 150 veces superiores al máximo recomendado para evitar riesgos en la salud. El resto del país, incluidas otras zonas directamente afectadas por la nube radiactiva, sólo se enteró de lo ocurrido 10 días después, cuando el Jefe de Gobierno compareció en la televisión estatal para anunciar la “tragedia”.


No sólo liquidadores murieron a consecuencia del accidente nuclear. Las fuentes varían mucho en este sentido. Greenpeace, en su
página dedicada al aniversario, y con datos de la Academia Rusa de Ciencias, habla de 200000 muertos, mientras que National Geographic asegura que las cifras que hablaban de decenas de miles de muertos están científicamente desacreditadas, y que apenas 4000 han muerto de forma directa de cáncer provocado por la radiación. La cifra exacta no se sabe, pero en cualquier caso, como indica Greenpeace, las consecuencias trágicas del accidente no se limitan a las muertes causadas por la rotura del reactor, sino que van mucho más allá:

Los efectos de la nube radiactiva han sido devastadores: 200.000 víctimas en las tres república ex-soviéticas (según informa la Academia Rusa de Ciencias), se prevén otros 270.000 casos de cáncer en el mundo de los cuales 93.000 mortales, disminución de la capacidad de defensa del sistema inmunitario de los afectados, envejecimiento prematuro de unos 7-9 años, malformaciones, mutaciones genéticas, 350.000 personas realojadas, más de 5 millones de personas aún viven en las zonas contaminadas, pérdida de las tierras agrícolas por contaminación, crisis económica y los consecuentes trastornos socio-psicológicos.

También National Geographic, en un
reportaje (narrado en voz y con estupendas imágenes) en su revista de abril, reconoce que las muertes directas son sólo una parte de las graves consecuencias del accidente:

A día de hoy, unos 4000 niños y adolescentes en Bielorrusia, Rusia y Ucrania han sido diagnosticados de cáncer de tiroides, sobre todo en Homyel, una región bielorrusa enormemente contaminada, un poco al norte de Chernóbil. Al menos 9 de ellos han muerto a causa de la enfermedad (…). Un estudio del Fórum de Chernóbil, un grupo de expertos convocados por la Agencia Internacional de la Energía Atómica, la Organización Mundial de la Salud y otras agencias de Naciones Unidas estimaron que, de los millones de personas expuestas a la nube radiactiva de Chernóbil, unos 4000 morirán de leucemia y otros tipos de cáncer causados por la radiación (…). Pero Jacov Kenigsberg, Jefe de la Comisión Nacional para la Protección de la Radiación de Bielorrusia, indica que llevó de 20 a 25 años la aparición de algunos cánceres inducidos por la radiación en los supervivientes de las bombas atómicas. “Podemos decir que estamos en el comienzo del camino”.


El accidente tuvo consecuencias psicológicas graves sobre los afectados. Algunos científicos creen que la elevada tasa de enfermedades del corazón presentes en los liquidadores es un resultado de una ingestión excesiva de alcohol, además del estrés, dietas pobres y fumar mucho tabaco, a consecuencia de lo vivido tras la explosión del reactor número 4. Algunos, no sólo liquidadores sino otros afectados, creen que ya están condenados, y no les importa ingerir setas y frutos crecidos en terreno contaminado.

La explosión del reactor liberó una radiación entre 100 y 500 veces superior (según las fuentes) a la de la bomba atómica de Hiroshima. Afectó a 160000 km2 en las tres repúblicas soviéticas mencionadas (1/3 de la superficie de España), y la nube cubrió otros 45000 km2 de superficie en otros países europeos. Debido a los vientos que soplaron de componente este los días posteriores a la catástrofe, la radiactividad llegó hasta el centro de Suecia, a unos 2000 kms de la central nuclear. Allí, todavía hoy se pueden recoger setas en el sotobosque de los extensos bosques boreales que, al ser analizadas, muestran un porcentaje alto de Cesio 137. Este es uno de los isótopos, de los emitidos en la fuga radiactiva y junto con el Estroncio 90, más estables, y que no desaparecen hasta varias décadas después de haberse depositado.

Las consecuencias del accidente han permanecido en la siguiente generación. Muchos niños nacidos de madres afectadas por la radiación sufren de dolencias y malformaciones difíciles de curar. Muchos, incluso algunos ya nacidos cuando ocurrió la catástrofe, fueron abandonados por sus padres y viven todavía en orfanatos (recomiendo ver el interesante
reportaje de Mercedes Milá en Tele5 sobre Chernóbil y otras centrales nucleares, entre ellas las españolas).

Pero, a pesar de todo esto, miles de nuevas centrales nucleares están siendo proyectadas y construidas en todo el mundo. La India, con 15 reactores en funcionamiento, construye 8 en la actualidad, alguno de ellos en zonas de alto valor ecológico. Estados Unidos opera 103 (el 25% de todos los que funcionan en el mundo) y planea la construcción de nuevos reactores. China planea quintuplicar su capacidad nuclear en los próximos años.

Los defensores de la energía nuclear afirman que es la energía más limpia (de hecho, es la que menos emisiones de gases de efecto invernadero emite a la atmósfera, menos incluso que la energía eólica o la solar) y, por encima de todo, que un aumento en la cuota de energía producida por las centrales nucleares, en detrimento de las térmicas que funcionan a base de carbón (y que emiten 300 veces más gases perjudiciales para al atmósfera que las nucleares), sería beneficioso para la salud humana y la del planeta, incluso para paliar en parte los efectos del cambio climático. Para muchos países en desarrollo, además, la energía nuclear supone un pilar en sus ambiciones de convertirse, algún día, en países desarrollados. Incluso en la propia Ucrania, los liquidadores de Chernóbil son partidarios de la construcción de nuevas centrales: Somos profesionales y comprendemos que no hay alternativa al desarrollo de la energía atómica, salvo que el mundo quiera renunciar al progreso, dijo uno de ellos en pleno homenaje a las víctimas del accidente nuclear.


Sin embargo, los riesgos de la energía nuclear son indiscutibles, incluso para sus más ardientes defensores: un accidente como el de Chernóbil puede volver a ocurrir. También un ataque terrorista o incluso un simple robo de material nuclear para la hipotética fabricación de una bomba atómica.

Hace dos días se cumplió el aniversario del accidente nuclear de Chernóbil, que afectó a unos 7 millones de personas (650000 niños) de forma directa. Dentro de dos días, se cerrará la central nuclear de Zorita, la primera en España que va a ser clausurada. La energía nuclear no está en declive, sin embargo. El aumento de la población mundial implica un incremento de la demanda de energía, y las nucleares son una forma eficiente y limpia de conseguirla. Muchos Estados desarrollados o en desarrollo abogan por un renacimiento de la energía nuclear como solución a la escasez de fuentes de energía rentables y respetuosas con el medio… a pesar del alto riesgo que encierran para la salud humana si ocurriera cualquier accidente. En España, las centrales nucleares producen un cuarto de la energía total. Quizá esto que escribo lo haga gracias a la energía nuclear, que mantiene mi ordenador encendido. Pienso que hay que seguir apostando por las energías renovables, como la solar o la biomasa, que aunque puedan emitir más gases de efecto invernadero que las nucleares, sin duda no entrañan los riesgos de éstas.

Ojalá la fortuna nos siga sonriendo, ya que desde Chernóbil no ha ocurrido ningún accidente nuclear de gravedad. Los afortunados que tenemos acceso a la energía eléctrica (¿cuánta proveniente de una central nuclear?) seguiremos usándola aunque sea, como a través de este ordenador encendido, para apoyar el desarrollo de energías alternativas o renovables. ¡Menos coche y más bicicleta!

Fotos:
[1] Reactor 4, Central Nuclear de Chernóbil [National Geographic Magazine, NGM]
[2] Un piso de la ciudad fantasma de Prípiat, evacuada por completo a las 40 horas del accidente [NGM]
[3] Niño afectado por la radiación, paciente de cáncer [NGM]
[4] Mina de carbón, primera fuente de energía a nivel mundial [NGM]

Fuentes:
Greenpeace
National Geographic Magazine (abril 2006)
Tele 5

El País


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