26 abril 2006

Tejas de un tejado inacabado

Arropado por la manta temblorosa, reflejo de mis pasos perdidos en la mañana, salgo a husmear el viejo verano, conocido, traidor de las ilusiones caducadas, portador de las posibilidades del amanecer y de los pensamientos emancipados.

Un rellano de cartón-piedra frena mis instintos de correr hasta alcanzar el sol de la mañana. En todo caso, otras veces que lo intenté se ocultó tras las montañas cuando a punto estaba de rozarlo con mis dedos.

Observa el astro cómo su trazo, cálidamente surrealista, no puede ser ignorado por la fuerza de los tiempos que arrastran lo que alcanzan a su paso: las ideas confusas de transformación de lo real y lo irreal, bajo la lente oscura que las protege de las radiaciones espaciales.

Avanzo con los brazos abiertos hacia el viento de levante. Me llueve la arena del desierto, el aire del mar, el olor a algas, a la naturaleza que pacientemente espera una decisión. Abro los ojos. Cuando la tierra oculta mi retina, sonrío a la traición del sol.

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